Sábado de final de Noviembre en Talavera. Día de enjuiciamiento en el campeonato de España 2021. Entro en la sala -un aula de colegio- donde se juzgará un equipo que he presentado al concurso, ocupo un asiento infantil, muy bajo incluso para mí. Estoy solo, tengo delante la cabina de canto y detrás de ésta, el juez. Mediodía, temperatura correcta. Silencio en la sala. No muevo un músculo, ni respiro, permanezco atento y concentrado. Son mis pájaros, me gustan, los he seleccionado y preparado a conciencia. Tengo esperanzas en que rindan y obtengan una buena puntuación. Son buenos ejemplares, a mi entender.
Entra el porteador, deposita en la cabina el D y el C. Vuelve a entrar presto, coloca el resto de los ejemplares, el B y el A y coloca un folio sobre la jaula superior. El juez sigue a lo suyo, con sus anotaciones, sin mirar al equipo. O eso pienso. Súbito, arrancan en armoniosa sintonía. pero algo va mal. El isabelo A se ha quedado estático, abstraído, mirando la luz de la cabina. Los otros tres componentes se están vaciando, lo están soltando todo. El juez, ahora sí, observa y escucha concentrado el lote. Mueve ligeramente la cabeza de arriba a abajo, de abajo a arriba. Fija la vista unos momentos en algún pájaro cuando éste realiza algún giro concreto. Pasan los minutos, vuela el tiempo. Mantengo la vista fijada en el isabelo de arriba, continúa igual. Ni salta de palo en palo, permanece absorto mirando hacia arriba. Aún tengo esperanzas que cante y, como mínimo, salvar el expediente. Está bien entrenado, canta en cualquier lugar, a cualquier hora, no ha fallado un solo día. Hoy no puede fallar, pienso. Hoy no, es un campeonato nacional. Pero falla, en el momento más inoportuno. NO CANTÓ, lo peor que puede leer un criador en una planilla de calificación. El NO CANTÓ es desolador, doloroso, triste, amargo.
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